31.12.11

Siempre los libros

¿Hay alguien ahí?

Bueno, yo al menos sí sigo por aquí (aunque más por aquí), y cumpliendo la única tradición de este otrora prolífico blog, ha llegado el momento de soltar la lista de los libros que han caído en los últimos 365 días. Este año hay una novedad, he renegado de todos los principios románticos de la literatura y me he pasado al libro electrónico. Qué quieren que les diga, irme de vacaciones y llevarme dos tomos de Canción de hielo y fuego que ocupan y pesan lo mismo que una caja de DVD es infinitamente más cómodo que el olor del papel y todas esas cosas que solía decir hace unos meses.

En fin, que tampoco es plan de convencer a nadie (suponiendo que alguien llegue a leer esto), así que allá van mis lecturas de 2011. Por motivos escolares, he tenido que perder algo de tiempo leyendo un par de cosas que en otras circunstancias ni me habría planteado (los más avispados las distinguirán al vuelo, y no son ni el libro de Gabilondo ni el de Terry Gould, esos cayeron adrede), pero aparte de eso no ha habido grandes fiascos. Incumpliendo una de mis máximas (no recomendar libros), me van a permitir que haga una excepción con el libro de mi compañero Carlos Fidalgo, El agujero de Helmand. Es cortito, así que si no les gusta tampoco les quitará mucho tiempo.

Me estoy liando, cosas de no pasar por esta ventana en tanto tiempo. Ahora sí, la lista de 2011:

  • ¡Indignaos!; Stéphane Hessel
  • American Gods; Neil Gaiman
  • Cartas en el asunto; Terry Pratchett
  • Choque de reyes; George R. R. Martin
  • El agujero de Helmand; Carlos Fidalgo
  • El asedio; Arturo Pérez-Reverte
  • El cementerio de Praga; Umberto Eco
  • El fin de una época; Iñaki Gabilondo
  • El hombre del corazón negro; Ángela Vallvey
  • El hombre en el castillo; Philip K. Dick
  • Esta es la tierra de nuestros antepasados; Vicente de Barrio Fernández
  • Festín de cuervos; George R. R. Martin
  • Juego de tronos; George R. R. Martin
  • La abadía de los crímenes; Antonio Gómez Rufo
  • Matadero cinco; Kurt Vonnegut
  • Matar a un periodista; Terry Gould
  • Pasajes de la Historia; Juan Antonio Cebrián
  • Riña de gatos. Madrid 1936; Eduardo Mendoza
  • Tormenta de espadas; George R. R. Martin

Nada más, feliz 2013 (el 2012 va a ser muy jodido).

En episodios anteriores...

7.10.11

No nos pasemos

El tío probablemente fue un genio, especialmente en temas de marketing. Fue capaz de hacer que la gente se peleara por comprar productos carísimos que, para la mayoría, hacen exactamente lo mismo que los de la competencia, que cuestan la mitad. Además, se ahorraba una buena pasta en publicidad cada vez que le ponía un lacito a alguno de sus productos gracias a la cobertura brutal de todos los medios de comunicación, capaces de abrir un informativo con el lanzamiento de un teléfono móvil o un aparato que, al principio, nadie sabía para que servía. Sí, vale, el hombre revolucionó la informática y, en cierto modo, contribuyó a que hoy en día tener un ordenador sea lo más normal del mundo (de nuestro mundo, pero eso es otro tema).

Pero no nos pasemos. He llegado a leer que Steve Jobs fue un héroe, amparando tal calificativo en la primera acepción del diccionario ("Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes"), sin caer en la cuenta de que, según la misma, Cristiano Ronaldo e incluso Belén Esteban podrían ser considerados héroes.

29.9.11

Todo era cierto

Sí, he vuelto de mi periplo por lo que otrora fue Europa del Este y ahora es Europa sin más. Podría contar muchas cosas propias de unas vacaciones, como lo bonita que es Praga o la extraña impresión de ver un auténtico satán berlinés oriental reconvertido en centro comercial. Podría recordar los mil rincones de Dresde que amablemente nos enseñó Saúl o la animación nocturna de Cracovia. Pero eso es demasiado obvio y fácil. Lo realmente difícil, y que muchos amigos me han preguntado a la vuelta, es describir Auschwitz.



Se puede decir que impresiona, que mete miedo, que te deja frío. Lo puedes definir como una fábrica de muerte, porque eso era: un matadero de seres humanos. Judíos, gitanos, homosexuales, sí. Pero también niños, minusválidos y mujeres.



Gente que entraba en los trenes pensando que se iban a otro gueto y por eso marcaban las maletas con su nombre y cargaban los enseres de casa. Pero su nueva vida era la muerte.



Y luego está el campo II. Birkenau. Planificado para albergar hasta 200.000 prisioneros, pero que nunca tuvo a más de 100.000, porque la mayoría pasaban directamente del vagón a la cámara de gas. Birkenau, que ahora tiene hierba pero que cuando estaba en funcionamiento sólo tenía barro, porque los prisioneros se la comían.


Por eso, cuando me preguntan por mi visita a Auschwitz, lo único que puedo decir es que, por mucho que hayas leído, por muchas películas y documentales que hayas visto, solo cuando entras allí te das cuenta de verdad de que todo era cierto.


1.8.11

Al otro lado del telón de acero

Mis recién iniciadas vacaciones me llevarán en breve a tierras que, no hace mucho, eran el otro lado del mundo, aunque estén ahí al lado. Me voy a visitar uno de los cachos de mundo con más historia en los últimos sesenta o setenta años, aunque ahora ya se han unido a la monotonía occidental y, supongo que por suerte para ellos, las noticias de la zona cada vez son más escasas, por no decir nulas.

En Florencia no caí preso del síndrome de Stendhal, espero librarme cuando me meta de lleno en la Segunda Guerra Mundial y todo lo que vino después. Ya les contaré a la vuelta.

20.7.11

Santificarás las ciudades

Una compañera acaba de volver de Roma mitad impresionada, mitad asqueada. La visita al Vaticano tuvo bastante que ver, claro, pero a mí me pasó algo parecido cuando estuve, incluso en los días previos a visitar la basílica de San Pedro.

No voy a descubrir la pólvora si digo que Roma es una ciudad cargada de historia. Pero cargada hasta arriba. Vas caminando tranquilamente por la calle y te encuentras con un reducto del Imperio junto a un palacio renacentista en una plaza coronada con un obelisco egipcio. O te acercas a ver el Estadio Olímpico para descubrir que está cerrado a las visitas y sólo lo puedes contemplar de lejos a la sombra de un monolito dedicado a Mussolini. O entras en cualquiera de las miles de iglesias para ver una buena colección de obras de arte sin necesidad de pagar la entrada a un museo. Si a eso le añades una gran cocina en cualquier esquina a un precio más que asequible y que los italianos, si no les das confianzas, no son tan capullos como parecen, visitar Roma es algo que no puedes perderte si tienes la ocasión.


El problema de Roma es que alguien se ha empeñado en hacernos creer que allí todo es cristiano (católico, para más señas). Los obeliscos egipcios están coronados con cruces. Los templos romanos, como el Panteón, han sido reconvertidos en iglesias. Hasta el Coliseo tiene una cruz enorme a la entrada, en homenaje a los cristianos que se zamparon los leones. Sí, también se comían a los paganos, pero esos descreídos se lo tenían merecido, supongo. Todo está marcado con el signo del señor.


Por eso, si eres de los que se plantean o directamente niegan la existencia de dios, o si estás hasta los huevos de las salidas de tono de la curia, sales de Roma con cierto sabor amargo, como si te estuvieran engañando, porque toda esa historia que has visto está retocada. Y si en el vuelo de vuelta tienes detrás a dos viejas meapilas hablando de la maravillosa obra de dios después de haberse colado en la puerta de embarque, cuando llegas a casa en lo primero que piensas es en apostatar.

12.7.11

Un año ya

Hace un año, a estas horas, estaba metido en una fuente con Diego, ebrio de felicidad (y de cerveza), después de que un chaval pálido de un pueblo de Albacete nos convirtiera en campeones del mundo de fútbol.

Antes, por la mañana, nos habíamos ido Cris y yo al lago de Carucedo. No soy yo de madrugar, y menos los domingos, pero aquel día nos levantamos a una hora decente y no me apetecía estar dando vueltas encerrado en casa, leyendo todas las previas habidas y por haber de la primera final de un Mundial que iba a jugar España. Después volvimos a casa a comer y nos fuimos a la piscina de mis suegros. También se vinieron mi hermano Chema, mi cuñada y Diego. Allí tampoco había teles ni internet, pero apareció una radio a media tarde y los nervios siguieron creciendo. A eso de las siete y media ya no pude aguantar más y llamé a Zoso para ir a buscarle y a coger sitio al bar, por si acaso.

A las ocho estábamos con la primera. Me llamó Nico.
- ¿Dónde vemos el partido?
- En el Jazz, venid para acá que os guardamos sitio.
- No jodas, si tiene una tele pequeña.
- No jodas tú, aquí vi ganar la Eurocopa y he visto todos los partidos del Mundial menos el de Suiza. Y ya sabes cómo acabó.

No tuvo valor a replicarme. Yo tampoco me atreví a decirle que el partido de Honduras también lo había visto en otro sitio. Ninguno de los dos somos supersticiosos. Al rato ya estaban él y Vanesa allí. Al poco llegó Pelón con su novia. Al fondo, Aniceto, el último anarquista, para el que el fútbol y esto que llamamos España significa lo mismo que Guinea Ecuatorial. Rober, el dueño, no daba abasto con las pintas de cerveza. Ya estábamos todos. Y el balón echó a rodar.

No sé cuánta cerveza bebimos ni cuántos cigarros fumé. Al final de cada parte salíamos del bar a la plaza, a tomar el aire y a convencernos unos a otros de que aquello no se nos podía escapar. Rober salía a decirnos que nos iba a dar un infarto en cualquier momento. Nos acordamos de casi todos los familiares de los holandeses y del árbitro. También de los de alguno de los nuestros. Una pinta entera se cayó al suelo en no sé qué ocasión de gol.

Y entonces llegó Iniesta y la pegó con el alma al fondo de la red. Vi a Nico en el suelo y me tiré encima. Mi hermano se tiró encima de mí y siguió cayendo gente. Creo que el de arriba del todo llegaba a tocar el techo con la espalda. Nos levantamos, nos abrazamos, nos besamos. Cuando volví a mi sitio, me pareció ver un brillo en los ojos de Aniceto, el último anarquista, pero él siempre lo negará. Desde ahí hasta el final sólo existía el reloj, más lento que nunca, hasta que terminó el partido y el mundo cambió.

Éramos campeones del mundo. Somos campeones del mundo. Y me apetecía recordarlo, aunque haya quedado un poco largo.

16.6.11

El sonido de las hojas al pasar

Hasta no hace mucho, servidor era un talibán del libro. Cada vez que me hablaban de los libros electrónicos, pensaba "sí, son muy chulos, pero donde esté un libro de verdad, con el tacto de las hojas, el olor a papel y, en algunos casos, el pensar por cuántas manos habría pasado, que se quiten esos cacharros". Hasta que me dejaron uno, claro, y hasta que me regalaron otro (por mi insistencia tras probar el anterior).

Después de más o menos un mes de uso, la verdad es que no echo de menos el papel. Sinceramente, la experiencia de la lectura es la misma y cada vez que me paro a pensarlo, sólo me acuerdo de los inconvenientes de los libros "analógicos". Esos mamotretos inmanejables en la cama o imposibles de llevar de viaje porque sólo con ellos ya pasas el límite de peso de la maleta. Esas sobrecubiertas que se resbalan y tienes que estar colocando constantemente. Esa puñetera manía de la gente de subrayar libros. Esa estantería a rebosar cuando aún tengo la mayor parte de mis libros en casa de mis padres por falta de espacio...

Ahora sólo falta que las librerías dejen de pegar el palo por los libros electrónicos. Toda la vida diciéndonos que los libros son caros porque el papel está por las nubes y la tinta se hace con sangre de unicornio y cuando se quitan esos dos elementos resulta que el ahorro en el precio son dos o tres euros. Eso siempre que lo encuentres, claro.Y luego se quejan si un amigo nos lo deja.

24.5.11

Brindemos

Podría escribir bastante sobre la decepción que me llevé el domingo cuando empezaron a salir los resultados electorales, tanto en España en general como en Ponferrada en particular. Pero resulta que acabo de terminar la carrera, así que brindemos, que ya habrá tiempo de cagarse en los muertos de alguno.

Como dijo un amigo, ya "semos" un intelectual más.

17.5.11

Nos miran

Sales a la calle y ahí están. Mirándote impasibles desde las paredes y las farolas, con media sonrisa, pidiéndote que confíes en ellos cuando llevan toda la vida pasando de ti.

Te miran con ojos muertos, falsos, aunque les hayan añadido un brillo especial para que parezca que se interesan por lo que te pasa.

Te piden que te creas lo que dicen, pero lo hacen desde cuadros retocados, con las arrugas borradas, con cinco, diez o quince años menos de los que en realidad tienen. ¿Cómo les vas a creer, si no son capaces de presentarse tal cual son en el único momento en el que te necesitan? El único parecido con la realidad es el cemento que tienen detrás de la cara, pero también lo esconden.

Hoy te miran a la cara, te dan la mano, te hablan, te sonríen. Mañana volverán a sus despachos, a su moqueta y a sus coches oficiales. Se olvidarán de ti, pero dentro de cuatro años volverán a mirarte.

Y a eso lo llaman democracia.

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