18.3.09

Colaborando con la ciencia

Por razones y circunstancias que no vienen al caso, y de las que, todo sea dicho, tampoco me acuerdo, he caído en manos del dentista para, digamos, tapar unos huecos. Cosas de los treinta, los hay que pierden pelo y los hay que pierden piños. Contra toda previsión, lo único que me ha dolido, y me va a seguir doliendo una temporada, es el bolsillo.

Como no hay mal que por bien no venga, y como algún aspecto positivo habrá que sacarle a las desgracias (propias, porque a las ajenas es más sencillo), por lo visto he entrado en el fichero de uno de los más afamados especialistas europeos en bocas ajenas (no, no es Rocco Siffredi, es un dentista), así que supongo que mi mal servirá para que alguien, dentro de un tiempo, lo tenga un poco más fácil para no tener los dientes como perlas, esto es, escasos.

Eso sí, por lo que me comentó mi dentista, todavía no hemos encontrado un sustituto eficaz para los pinchazos de la anestesia, así que los alérgicos a las agujas tendremos que seguir cerrando bien los ojos cuando nos sentemos en la silla más aterradora después de la eléctrica. ¿O era antes?

2 comentarios:

Saúl dijo...

¡Hombre, bienvenido de vuelta! Y mis más sentidas condolencias por las vicisitudes orales...

El Impenitente dijo...

De acuerdo. Lo peor del mundo son los pinchazos de la anestesia. Lo demás, mariconadas.

Las fotos de mis dos implantes han debido ya dar varias veces la vuelta al mundo sin haber cobrado ni un duro de derechos que menoscabasen el enorme agujero económico que el dentista me produjo.