Está claro, hablar y amenazar se nos da de puta madre, pero lo de actuar en consecuencia parece algo que les ocurre a las demás personas. No hay nadie que se resista, ya sea en la barra del bar o detrás del teclado, a lanzar proclamas cuasi revolucionarias por cualquier chorrada. Que si estos cabrones del ayuntamiento no me hacen eso, que si la multa de aparcamiento la va a pagar el maestro armero, que cualquier día cojo la escopeta y la armo...
Lo malo es que cuando de verdad hay que ponerse duros, plantarse y decir tú no me tocas las narices, es cuando reculamos, bajamos la cabeza y obedecemos cual corderitos. Verbigracia, el preestreno de la última película de Harry Potter: los móviles a una bolsa que se queda fuera, no vaya a ser que los uses para grabar la película y verla cómodamente en la pantalla de 3 pulgadas (¡?), arco detector de metales, amenazas de expulsión de la sala a la mínima y guardias en plan GEO controlando la proyección. Todo sea por proteger la propiedad intelectual de la compañía cinematográfica, la pobre.
Seguro que ya lo han adivinado: nadie protestó ni se dio la vuelta. Supongo que sólo los tontos antepondrían su dignidad a la posibilidad de contar en la oficina que estuvieron en el preestreno de la película de moda porque su cuñado, que trabaja en el Ministerio de Cultura, les consiguió una invitación. Así nos luce el pelo.
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