Vengo del cine, de ver El exorcismo de Emily Rose (nada del otro mundo, la verdad, aunque tiene sus momentos) pero esta entrada no es una crítica cinematográfica, sino más bien social. Resulta que fui con mi novia hoy lunes por la tarde aprovechando el carnet joven (bueno, el de >26) y esperando encontrarme lo que nos encontramos al entrar: casi nadie. Once personas contándonos a nosotros dos.
Pues bien, resulta que entre esos once había dos (el porcentaje es preocupante por elevado) que no contentos con no apagar sus teléfonos móviles ni quitarles el sonido, encima tuvieron el rostro de usarlos en plena proyección. Aparte de la mala educación que demostraron hacia el resto de la sala, creo que hicieron gala también de un cerebro menos desarrollado de lo normal.
Me explico. Se supone que uno va al cine para ver una película en una pantalla enorme, con un sonido que no puedes tener en casa (al menos si tienes vecinos) y con todo orientado a que te concentres en la película. Para ello pagas una suma, digamos, elevada: 5 euros ó 3,50 con carnet joven en Ponferrada, bastante más en otros sitios. Entonces, ¿qué clase de gilipollas se niega a sí mismo las comodidades por las que ha pagado? Y ya de paso, ¿por qué los responsables de los cines no hacen nada?
Entre la pasividad de los encargados ante los maleducados y la discutible política de cartelera (aquí aún no se ha estrenado La novia cadáver, que lleva rondando por ahí desde hace casi un mes) no me extraña que la gente acabe por bajarse las películas de Internet o espere al DVD. Al menos en casa estás a salvo de según qué cosas.
ACTUALIZACIÓN: Finalmente, La novia cadáver se estrenó aquí el 2 de diciembre, algo más de un mes después de su estreno en España.
2 comentarios:
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