13.2.06

El legado de Murphy

Leo el artículo de Arturo Pérez-Reverte en El Semanal (o, mejor dicho, su reproducción en la web del Capitán Alatriste) sobre esas leyes al estilo Murphy que nos vamos inventando a medida que la experiencia nos hace ser más sabios y que suelen ser muy útiles en la vida cotidiana, y se me ocurren algunas más que se cumplen con todo rigor.

Por ejemplo, no importa cuánto tiempo lleves esperando en la parada del autobús ni lo grande que sea el atasco, basta con encender un cigarrillo para que el bus aparezca de la nada, quizá enviado por el Ministerio de Sanidad para evitar que te fumes ese pitillo. Desde que dejé de fumar no he encontrado la forma de hacer que los buses lleguen a su hora.

Hablando de llegar a su hora, otro caso clásico es el del amigo impuntual. Estudias su comportamiento durante años y llegas a la conclusión de que siempre aparece X minutos más tarde de la hora a la que has quedado con él, así que decides que la próxima vez tú también llegarás X minutos tarde para no tener que esperar. Resultado: te llevas una bronca por hacer esperar a tu amigo X minutos el día que por fin se había esforzado por ser puntual.

La tercera ley que conviene tener en cuenta es una especialmente delicada: siempre que estés en medio de un grupo ruidoso de gente y se te ocurra hablar mal de alguno de los presentes aprovechando el jaleo, todos se callarán medio segundo antes de que tú hables, permitiendo que tu indiscrección se escuche con total claridad.

La lista, por supuesto, es interminable, desde los taxis que desaparecen en cuanto empieza a llover hasta el objeto importante que siempre está en el último bolsillo en el que buscas, pero da igual tenerlas en cuenta o no porque hay una ley fatídica que está por encima de todas ellas: no te acordarás de la ley en cuestión hasta que ya sea tarde y se haya cumplido, y si te acuerdas antes, simplemente no se cumplirá.

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